Cuando le digo a la gente que voy a estudiar español en la universidad, ellos están típicamente confundidos. No es raro que me piden «Bien pero, ¿qué otra cosa vas a estudiar?» o «¿qué vas a hacer con ese título?» Esperan que yo tenga un plan detallado de mi futuro; un plan que paso a paso que me lleva al éxito. Esperan que yo elija un camino práctico; uno que me dará un trabajo estable de oficina y una casa en un barrio residencial. No hay nada malo con desear estas cosas, pero no las necesito para tener éxito. Para mí, éxito no debería ser un destino, sino una compilación de conocimientos y experiencias adquiridos durante la vida.
Para conseguir mi propia definición del éxito, creo que necesito seguir las cosas que me hacen feliz. Cuando miro hacia atrás en mis 18 años, considero que mi viaje a Salamanca era el punto más feliz de mi vida. Fue allí que me enamoré con el español. Por supuesto, me encantó la buena comida, edificios históricos y la vida nocturna, pero lo que me encantaba más que nada era el idioma. Cuando llegué a Salamanca, me sorprendió saber que todos los ejercicios de gramática que hice en mis clases de español no me prepararon totalmente para una experiencia completamente inmersa en la lengua española. Me sentí frustrada, pero mejoré más cada día, y mi frustración se convirtió en la motivación. Quería comunicarse con todos los que conocí, y me conmovió el deseo de aprender.
Planeo entrar a la universidad con la misma actitud que formé en Salamanca. Aún no hablo con fluidez, pero lo voy a hacer algún día. Cuando inicio mi educación universitaria en Madrid, voy a aprender todo lo que puedo cada día. Mientras estoy aprendiendo, sé que la lengua española me guiará a lugares, personas y experiencias que no podía imaginar todavía. En Al sumergirme en el aprendizaje, encontraré el éxito. En esto creo yo.